Impulsos En un primer momento se sintió abrumada por aquel denso silencio que se había instalado entre ambos, pero al mismo tiempo era como si ninguno de los dos se atreviese a quebrarlo. Fue un instante místico. Sus ojos se absorbieron mutuamente, hasta que de repente, dejó de existir el resto del universo; no había nada más que esos otros ojos, como si todo, el tiempo y espacio, se hubiesen concentrado en las pupilas y el iris que tenían enfrente. Sintió su aliento sobre sus labios: húmedo y cálido. Y entonces fue consciente de lo cerca que se encontraban el uno del otro. Todavía no habían llegado a rozarse, pero ya podía intuir sus caricias, lentas, delicadas, deslizándose minuciosamente a lo largo de su excitada piel. Optó por ladear la cabeza, para permitir que el beso que pensaba estrellar contra sus labios, encontrara en el cuello la pendiente por la que deslizarse al resto del cuerpo. Fue un beso frágil, tan débil y tímido que le hizo desear un segundo, y un tercero. Cerró...