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Mostrando entradas de diciembre, 2008

¡Salud!

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¡Salud! Se le iluminaron los ojos. Después de prohibirle el café, el tabaco y sus alimentos preferidos, cuando el médico le recomendó una copa de vino en las comidas, se le iluminaron los ojos. Ese mismo día al llegar a casa, desempolvó un rincón en el trastero y comenzó a hacerse su propia bodega. Además cada día, cuando pone la mesa, sobre un pedazo de cartulina de color azul, escribe con un rotulador rojo el menú del día. El de hoy es el siguiente:

Impulsos

Impulsos En un primer momento se sintió abrumada por aquel denso silencio que se había instalado entre ambos, pero al mismo tiempo era como si ninguno de los dos se atreviese a quebrarlo. Fue un instante místico. Sus ojos se absorbieron mutuamente, hasta que de repente, dejó de existir el resto del universo; no había nada más que esos otros ojos, como si todo, el tiempo y espacio, se hubiesen concentrado en las pupilas y el iris que tenían enfrente. Sintió su aliento sobre sus labios: húmedo y cálido. Y entonces fue consciente de lo cerca que se encontraban el uno del otro. Todavía no habían llegado a rozarse, pero ya podía intuir sus caricias, lentas, delicadas, deslizándose minuciosamente a lo largo de su excitada piel. Optó por ladear la cabeza, para permitir que el beso que pensaba estrellar contra sus labios, encontrara en el cuello la pendiente por la que deslizarse al resto del cuerpo. Fue un beso frágil, tan débil y tímido que le hizo desear un segundo, y un tercero. Cerró

Perra vieja

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PERRA VIEJA Nunca quise a nadie como te he querido a ti. Te di mi tiempo, mi compañía, el calor de mi cuerpo en las tardes de invierno. Me doblegué a tus caprichos, obedecí tus órdenes, respeté tu espacio y esperé mi turno de caricias con paciencia. Nunca te pedí demasiado. Me bastaba con verte sonreír, con algún mimo ocasional. Me contentaba con saber que estabas a mi lado, con alguna tarde de juegos, con caminar a tu lado. Pero entonces llegó ella y supe que te perdía. Era tan perfecta… La primera vez que la vi entre tus brazos pensé que iba a volverme loca. Nunca había sentido nada igual, esa punzada en el estómago, esa niebla temblorosa en los ojos. Y lo peor de todo es que tú ni siquiera te dabas cuenta de lo que me ocurría. Igual que nunca alcanzaste a imaginar cuánto te quería, ahora eras incapaz de entender cuánto podía llegar a odiarte. Porque ella no tenía la culpa, ella era tan solo un cachorro: tu cachorro. Y era tan frágil, tan inocente, que hasta una perra vieja y