Hay un tiempo para soñar con comerse el mundo, para morderle el cuello con todas tus fuerzas. Hay un tiempo para crecer, para abrir caminos y hacerlos tan anchos como uno sueñe. Pero siempre, antes o después hay un momento en el que uno se da cuenta de que crecer hacia afuera no sirve de nada, si uno es incapaz de dominar el equilibrio interno. Ahí me encuentro, intentando calibrar esta balanza. Indigesta para seguir avanzando, sentada en el borde de mi espejo, sin saber muy bien como frenar esa inercia que me empuja, que me engulle, que me desborda. Me violenta la urgencia, el egocentrismo de quienes me sacuden cada día, sin importarles nada más que lo suyo. Y me voy enredando en una maraña de prisas, de plazos incumplidos, de excusas, de explicaciones... A veces me pregunto, como es posible que hayamos caído en la trampa de la inmediatez, hasta volvernos esclavos de ella. Hay un tiempo para buscar la serenidad. En ello ando.