-Y así, tontamente, acabe pegándome un tiro. Justo entonces levanto la cabeza del portátil y veo a mi hijo frente a mí, esperando alguna reacción por mi parte. No sé cómo decirle que no sé de qué está hablando, que toda mi atención estaba volcada en aquella absurda hoja de cálculo. Nos miramos sin pestañear. Abro la boca, pero no consigo construir ninguna frase coherente. Y entonces él rompe a reír y yo a llorar, como dos auténticos locos. Y yo quiero abrazarle, pero él ya tiene catorce años y conoce todos los caminos para esquivar mis muestras de cariño.