Cuando Mónica conoció a Esther su vida era un auténtico caos. Si apenas unos meses antes alguien le hubiese advertido de todo lo que iba a ocurrir en su vida en apenas unas semanas, habría pensado que aquello era una locura o una broma de mal gusto. Como casi todo el mundo, se sentía inmune al desastre. Y sin embargo, ahí estaba. Llamando a aquella puerta con mano temblorosa. Con un nudo en la garganta, no sabía si por timidez, vergüenza o tristeza. O un poco de todo. Con un nube de confusión en la cabeza. Escuchó unos pasos acercarse y en su mente se agolparon las frases que traía preparadas. Se lamentó de que a lo largo de su vida, nadie la hubiese enseñado jamás a pedir ayuda. Hoy le habría sido muy útil. Al abrirse la puerta lo primero que vio fueron los ojos redondos y oscuros de Esther. Y lo único que supo hacer fue arrancarse a llorar. Esther había llegado a la asociación en un momento de su vida en el que necesitaba encontrarse a sí misma. Hasta entonces, lo único que...