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Mostrando entradas de 2008

¡Salud!

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¡Salud! Se le iluminaron los ojos. Después de prohibirle el café, el tabaco y sus alimentos preferidos, cuando el médico le recomendó una copa de vino en las comidas, se le iluminaron los ojos. Ese mismo día al llegar a casa, desempolvó un rincón en el trastero y comenzó a hacerse su propia bodega. Además cada día, cuando pone la mesa, sobre un pedazo de cartulina de color azul, escribe con un rotulador rojo el menú del día. El de hoy es el siguiente:

Impulsos

Impulsos En un primer momento se sintió abrumada por aquel denso silencio que se había instalado entre ambos, pero al mismo tiempo era como si ninguno de los dos se atreviese a quebrarlo. Fue un instante místico. Sus ojos se absorbieron mutuamente, hasta que de repente, dejó de existir el resto del universo; no había nada más que esos otros ojos, como si todo, el tiempo y espacio, se hubiesen concentrado en las pupilas y el iris que tenían enfrente. Sintió su aliento sobre sus labios: húmedo y cálido. Y entonces fue consciente de lo cerca que se encontraban el uno del otro. Todavía no habían llegado a rozarse, pero ya podía intuir sus caricias, lentas, delicadas, deslizándose minuciosamente a lo largo de su excitada piel. Optó por ladear la cabeza, para permitir que el beso que pensaba estrellar contra sus labios, encontrara en el cuello la pendiente por la que deslizarse al resto del cuerpo. Fue un beso frágil, tan débil y tímido que le hizo desear un segundo, y un tercero. Cerró

Perra vieja

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PERRA VIEJA Nunca quise a nadie como te he querido a ti. Te di mi tiempo, mi compañía, el calor de mi cuerpo en las tardes de invierno. Me doblegué a tus caprichos, obedecí tus órdenes, respeté tu espacio y esperé mi turno de caricias con paciencia. Nunca te pedí demasiado. Me bastaba con verte sonreír, con algún mimo ocasional. Me contentaba con saber que estabas a mi lado, con alguna tarde de juegos, con caminar a tu lado. Pero entonces llegó ella y supe que te perdía. Era tan perfecta… La primera vez que la vi entre tus brazos pensé que iba a volverme loca. Nunca había sentido nada igual, esa punzada en el estómago, esa niebla temblorosa en los ojos. Y lo peor de todo es que tú ni siquiera te dabas cuenta de lo que me ocurría. Igual que nunca alcanzaste a imaginar cuánto te quería, ahora eras incapaz de entender cuánto podía llegar a odiarte. Porque ella no tenía la culpa, ella era tan solo un cachorro: tu cachorro. Y era tan frágil, tan inocente, que hasta una perra vieja y

Tiernamente bello

De vez en cuando, navegando a la deriva por la red, uno descubre tesoros como éste. Sencillamente precioso

Soneto

Este soneto lo escribí cuando estaba embarazada de mi hija, en los primeros meses, cuando apenas comenzaba a sentirla dentro de mí. Si ya te amaba antes de que fueras, y de que Dios soplase tu latido. Si deseaba en mi vientre hacerme nido, ver en mi piel tu piel y que crecieras. Si ya te amaba así, desconocido, ahora que tus huellas son certeras, ahora que te siento ya de veras, sangre con sangre, y de latir sentido, ahora que en mis venas te enmarañas, y eres tú justo aquí, dentro, conmigo, haciéndome sentir cosas extrañas. Ahora eres locura en el ombligo. Eres polvo de sol en mis entrañas, y en nombre del Amor, yo te bendigo.

Abismo

ABISMO La conocí en el parque, junto al Puente de los Deseos, ese que tiene una baranda de piedra y desde donde los chavales tirábamos migas de pan a los barbos. Ella tendría unos cuatro años, y siempre iba impecablemente vestida. Solía distraerse encaramándose a la baranda de piedra, mientras La Tata que la cuidaba, hablaba con su novio. Yo, con mis siete años, sentía un extraño vértigo cuando la veía desafiar al equilibrio, tan menuda y sin saber lo que era el miedo. Así que me impuse la responsabilidad de vigilarla para que no le ocurriese nada. Tenía algo en la mirada que me tenía fascinado. En sus ojos, de un color entre miel y aceituna, se podía leer, ya tan pequeña, que estaba saturada de abundancia. Había en esa mirada una mezcla de desilusión, aburrimiento y deseo de huida. Nunca cruzamos más de tres o cuatro palabras de cortesía. Ni siquiera supe jamás su nombre. Ella jugaba en el puente y yo la escoltaba. Ahí comenzaba y terminaba nuestra amistad. Pasó el tiempo, La Ta

Mario y Ana

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MARIO Y ANA Recostado sobre la arena de la playa, Mario juega a recorrer la espalda de Ana con su dedo índice. En sus labios todavía late el sabor a Vodka y sal de los últimos besos. No hay nadie en la playa, pero aún así, c Ana se acerca a Mario para refugiarse pudorosa entre su cuerpo. Él se asoma en sus ojos, buscando tal vez algún rastro de los pensamientos que en ese momento ocupan su cabeza. Los observa detenidamente intentando encontrar en ellos alguna muestra de emoción, algo que le permita averiguar cómo se siente. Sin embargo no consigue atisbar nada dentro de esos ojos. Parecen ausentes. - Estás muy callada. - Me gusta el silencio. - El silencio es una forma más de egoísmo. - ¿Eso piensas? Bien, en ese caso supongo que de vez en cuando es conveniente ser egoísta. Una vez más Mario se siente desorientado. Nunca sabe qué es lo más apropiado después de hacer el amor con una mujer prácticamente desconocida. Siempre tiene la sensación de que haga lo que haga estará mal

Relato

Anoche, mientras escuchaba la radio, decidí que debía dar un giro a mi vida. Andaba en la cocina, como de costumbre, a vueltas con la cena mientras mi marido veía el fútbol en el comedor y mi nieto deambulaba alrededor de mi falda sin parar de hacer preguntas. Aquella noche mi nuera tenía otra vez guardia y mi hijo había llamado para decir que se retrasaría un poco en venir a recogerlo. Los dos trabajan demasiado, pero a mí no me importa ejercer de abuela las horas que haga falta. Criar a mi nieto me hace sentir joven y sus miles de preguntas me obligan a pensar que tal vez las cosas no son siempre tan simples como parecen. De hecho, anoche también fue una pregunta suya, al hilo de una cuña de la radio en donde anunciaban un concurso de relatos, la que me hizo despertar: - Abuela ¿qué es un relato? – me dijo sin apartar los ojos de sus juguetes. - No sé hijo… un cuento creo. - ¿Un cuento como los que tú me cuentas cuando me acuesto? - Parecido. - Mi mamá no sabe contar cuentos. Y

Si nos dejan...

Si nos dejan, encontraremos la manera de entendernos. Pero si no lo lográsemos, recuerda que dirán que el fracaso ha sido nuestro.

Entre el silencio

Entre el Silencio Son las tres y media de la madrugada y todo es quietud; ni siquiera sopla el viento como lo hacía la noche anterior, golpeando las persianas, las ramas de los árboles, silbando al colarse por los rincones de algunas callejuelas, levantando en remolino polvo y hojas secas. Tampoco se oye a los ratones correr por el falso techo, ni al perro abandonado que deambula desde hace meses por las calles. Todo es silencio. El reloj despertador marca desde la mesilla de noche el rítmico paso del tiempo, mientras Marian, desvelada, se agita debajo de las sábanas. Desde hace un rato intenta escuchar, a través de la oscuridad de la noche, la respiración de su madre en el dormitorio de al lado. Intuye que estará despierta, escuchando el silencio, e imagina que estará esperando a que ella se duerma. No sabe qué querrá hacer, pero una cosa tiene segura: ahora no puede dormirse. Sucumbir al sueño podría costarle otro disgusto como el de aquella madrugada, el pasado verano, cuando alr

Sueños

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SUEÑOS Hace tiempo que tengo miedo a mirarme desde afuera, porque sospecho que no va a gustarme lo que vea. Me he pasado la vida intentando escuchar, intuir, asimilar qué esperaban los demás de mí, y por el camino acabé confundiendo mi identidad con la imagen que habían levantado los que me rodeaban. No soy la persona que yo deseaba, sino el reflejo de lo que otros han querido que yo sea. Y puedo dar fe de que un triunfo no deseado puede resultar insípido. Al mismo tiempo, a golpe de años, voy siendo consciente de la facilidad con la que puede llegar a instalarse la tristeza en mitad de las largas tardes. Es duro comprobar cómo son otros los que van cumpliendo tus propios sueños. Mis sueños. Me pregunto en qué momento de mi vida me olvidé de ellos. Tal vez los guardé temporalmente en algún cajón y me dejé arrastrar por la inercia de los días. Después los pobres se fueron cubriendo de telarañas hechas a base de rutinas, de urgencias, de leyes de vida… hasta que a fuerza de no limpi

El mendigo

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El mendigo Vive en la calle y hace tanto tiempo que nadie lo llama por su nombre que a veces él mismo piensa que ni siquiera existe. Suele sentarse en un banco del parque, siempre en el mismo, con la mirada perdida en el infinito. Lleva un sombrero gris muy raído, el mismo en verano y en invierno, y un abrigo viejo y roto, de un color indeterminado, entre negro, gris, verde y marrón oscuro. A veces extiende la mano con la palma abierta y hueca, como un cuenco y murmura una letanía ininteligible, como hacen las mujeres rumanas que piden dentro del mercado. La gente circula y finge ignorarlo, miran hacia otro lado o clavan los ojos en el suelo. Pero él permanece inmóvil en su postura, porque sabe que, tarde o temprano alguien se detendrá y dejará caer unas monedas en su mano o en el suelo. Entonces él las guardará en su puño izquierdo, porque tiene los bolsillos rotos, y marchará al mercado para gastarlas rápidamente en su pequeño placer de cada día: una caja de vino de cartón. Cam

Todo está bien así

TODO ESTÁ BIEN ASÍ (Segundo premio Certámen de Relato Ciudad de Chinchilla 2008) A Enma le gustaba el orden y la rutina le daba seguridad en sí misma, por eso cada día era para ella un ritual de costumbres. Tenía un sitio para cada cosa y un momento para cada pensamiento. Su vida estaba planificada al milímetro, de manera que todo fluyese sin el más mínimo sobresalto. Aquel día, como tantos otros, mientras conducía de regreso a casa ponía en orden sus pensamientos. Solía aprovechar esos treinta minutos de soledad para hacer la transición del despacho a la familia, guardar las preocupaciones en la guantera del coche y recoger el hilo de su vida personal tal y como lo había dejado por la mañana. Cuando llegó a casa, como de costumbre, comió sola el guiso recalentado que había preparado la noche anterior, recogió la cocina mecánicamente, encendió una vela con olor a manzana, y se sentó un instante delante del televisor. A las cinco en punto pasó por la escuela para recoger a Iván. N

Thalía (Relato desde tres puntos de vista)

THALÍA PRUEBA NÚMERO UNO EXTRACTO DEL DIARIO EN CUYA PORTADA APARECE EL NOMBRE DE THALÍA. 25 de abril, once de la mañana Sé que vendrá esta noche. Lo espero. Sé que querrá matarme, ya lo ha intentado otras veces. La última vez me salvó Doña Elvira, la vecina. ¡Qué suerte que se presentara justo a tiempo! A veces conviene tener una vecina de las que se entrometen en tu vida. Es un poco cotilla, pero hay que comprenderla. La pobre se aburre. La televisión es su única compañía, y a veces cansa. Además, como se pasa el día viendo programas de sucesos, parece como si hubiese desarrollado un instinto sobrenatural para presentir estas cosas. El caso es que llegó en mitad de la pelea. Yo ya sabía, desde el primer grito, que aquello iba a terminar mal. Y así habría sido si Doña Elvira no se hubiese puesto a golpear la puerta y a amenazar con llamar a la policía. Eso fue lo que me salvó. Marcelo teme a la policía. Desde que estuvo en la cárcel por ese lío con la cocaína, no puede n

La Ventana

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LA VENTANA Ni siquiera sabía pronunciar el nombre de mi enfermedad, pero intuía el poder de esa palabra, mucho más intenso que el pálido de mi piel y que el rojo de la sangre que escupía al toser. La primera vez que la oí nombrar fue de los labios del médico, a los pies de mi cama. Recuerdo el gesto de mi padre al escucharlo, las lágrimas de mi madre, a mi tía Eugenia sacando a mi hermana pequeña del dormitorio… A partir de entonces mi vida se iba a ver reducida a aquellas cuatro paredes. Al menos tenía mi ventana. Aquella ventana con sus visillos lánguidos que retrataba el único ángulo soleado de un parque más bien pequeño. Ése fue durante meses mi único contacto con el mundo exterior. Desde allí veía a los niños jugando a la salida del colegio. Reían, gritaban, corrían, saltaban… alargaban las breves tardes revolviendo la hojarasca o escondiéndose entre los árboles desnudos. No hacía tanto tiempo que yo mismo había compartido juegos con ellos, y sin embargo me parecían extremada

Muda Soledad

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MUDA SOLEDAD El día que el cuco dejó de cantar, el termómetro del patio marcaba siete grados bajo cero; pero no fue el intenso frío el causante de que el pequeño pájaro se quedase quieto, cobijado en su rinconcito dentro del reloj, sino una honda pena por un corazón que acababa de dejar de latir. Eran las siete en punto de una oscura mañana de diciembre, y el hielo cubría con una finísima capa el asfalto quebrado de la calle, las hojas de la hiedra, la tierra dormida del huerto y los cristales de las ventanas. En el contenedor de la esquina, un gato famélico hurgaba entre las bolsas rotas, también escarchadas y húmedas. Eran las siete de la mañana y el pueblo dormía. Mariano se solía levantar a las siete de la mañana todos los días del año, también los más fríos como aquel, aunque todavía no hubiese amanecido y las calles todavía estuviesen vestidas de oscuridad. Tenía una buena provisión de leña en la cámara, y lo primero que hacía al levantarse era encender lumbre en la estufa del