Sueños


SUEÑOS

Hace tiempo que tengo miedo a mirarme desde afuera, porque sospecho que no va a gustarme lo que vea. Me he pasado la vida intentando escuchar, intuir, asimilar qué esperaban los demás de mí, y por el camino acabé confundiendo mi identidad con la imagen que habían levantado los que me rodeaban. No soy la persona que yo deseaba, sino el reflejo de lo que otros han querido que yo sea. Y puedo dar fe de que un triunfo no deseado puede resultar insípido.
Al mismo tiempo, a golpe de años, voy siendo consciente de la facilidad con la que puede llegar a instalarse la tristeza en mitad de las largas tardes. Es duro comprobar cómo son otros los que van cumpliendo tus propios sueños.
Mis sueños. Me pregunto en qué momento de mi vida me olvidé de ellos. Tal vez los guardé temporalmente en algún cajón y me dejé arrastrar por la inercia de los días. Después los pobres se fueron cubriendo de telarañas hechas a base de rutinas, de urgencias, de leyes de vida… hasta que a fuerza de no limpiar los cajones dejé que pasaran los años y los sueños se me hicieron viejos. Se caducaron.
Mis sueños. Como fotos viejas de un futuro que nunca será. Esas fotos que descubro de repente al abrir de nuevo aquel cajón, un día como otro que, cansada de días como otros, intento buscar, indagar entre los trastos viejos. Y ahí están mis sueños. Semienterrados entre un montón de objetos antiguos… y la verdad es que no sé muy bien qué hacer con ellos.
No sé si llorarles el abandono y darlos por muertos. No sé si intentar reanimarlos (tal vez no estén tan mal después de todo). Pero qué pereza. Claro, lo mismo soy yo la que está ya un poco vieja. No sé si mirar hacia otro lado y hacer como que no los he visto. No sé.
A veces tengo ganas de meterme yo misma dentro de uno de esos cajones y escaparme de todo. Esconderme. Así evitaría nuevamente esa tentación absurda que me sobreviene de vez en cuando, de intentar mirarme desde afuera.

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