El juego de la historia

Misteriosa, del blog Los que vamos contra corriente, ha propuesto un juego que puede ser divertido. Se trata de escribir un relato entre todos.
Las bases las podéis leer aquí, y si os animáis solo tenéis que dejar un comentario en la entrada original del blog de misteriosa y poneros manos a la obra. No hace falta tener blog para participar, y la verdad es que lo mejor de estos juegos es lo bien que se lo pasa uno cuanta más gente participa. Así que os animo a alimentar esta historia a ver hasta donde nos lleva. Os pongo el relato completo. La parte en color violeta es la mía.




Una vez más, Teresa se acercó a la playa. Su cerebro era un hervidero de ideas, de sentimientos, toda ella estaba en una especie de nebulosa en la que no sabía qué hacer, cómo seguir... Sabía que era imposible, sabía que no tenía futuro, sabía que no podía ser. Pero a pesar de ello... su corazón la seguía empujando allí, hacia él. El era un ser humano maravilloso, amable, atento, detallista, y ella se sentía irremediablemente enamorada de él. No podía evitar pensar en él, aunque no quisiera. No podía controlarlo, era superior a sus fuerzas. Así que una vez más fue a la playa, donde sabía que él podría estar cerca, donde sabía que podría encontrarse con él y darle conversación hasta llevarle al terreno que ella quería. Quería decirle lo que sentía por él, que él lo supiera, aunque no pudieran estar juntos, porque pronto él se marcharía irremediablemente a tierras lejanas, tal vez para siempre. Caminaba con la cabeza baja, pensando qué hacer, qué decir si se lo encontraba, pensando si sería capaz de volver a enamorarse así de alguien. Cuando de repente, vio un brillo extraño en la arena que le llamó la atención. Se acercó al lugar de donde provenía el brillo y se agachó para poder cogerlo con sus manos. ¡Santo Cielo! ¡Era...!



¡Era la esclava de plata que un par de años antes le había regalado a su amado! No cabía duda de ello. No sólo podía reconocerla por aquella fina y elegante forma que tenía, sino que también porque yacía tan limpia como el día en que la compró, pues su amado cuidaba sus cosas y a las personas con una dulzura y una ternura inigualables, y porque en ella rezaba su nombre: Javier.

Por un breve momento, sobrevino por la cabeza de Teresa la terrorífica idea de que Javier hubiese tirado la esclava sobre la arena a propósito, con la intención de deshacerse de todo recuerdo de ella. Mas pronto desechó aquel pensamiento, pues no era la primera ocasión en que Javier perdía aquella esclava, y sabía ella que aquello no se debía a otra cosa más que a un desafortunado descuido.

Así pues, con el reluciente objeto en mano, Teresa prosiguió su camino para encontrarse con la persona a la que tanto amaba, pensando qué le iba a decir. Decidió finalmente que rompería el hielo haciéndole saber que había perdido la esclava, y pondría aquel fortuito suceso como excusa para justificar su encuentro.

No tardó mucho en hallarlo, y cuando lo hubo hecho, se paró en seco, a poca distancia de él. Un escalofrío recorrió todas y cada una de las pares de su bello cuerpo. Iba a declarar su amor a Javier y no sabía cómo hacerlo.

De pronto, su amado se dio la vuelta, percatándose así de su presencia. Con una sonrisa y saludando con la mano, Javier se aproximó a Teresa.


Ella, tras inspirar profundamente y con el pulso acelerado, solamente atinó a pronunciar una palabra de forma entrecortada:



-Ho... la...


─ Hola ─respondió él con desenfado─ ¿Qué tal estáis? ¿Y Andrés? Hace tiempo que no le veo.


─ Bien… ─alcanzó a responder intentando disimular su desconcierto. Escuchar el nombre de su marido de los labios del hombre del que estaba enamorada resultaba incómodo. Casi sacrílego.
De repente se vio a sí misma al borde de un precipicio. Los nervios le impedían pensar con claridad, pero al mismo tiempo sabía que no podía permanecer callada Ahora que lo tenía frente a frente no podía dejar pasar la oportunidad y dejar que se marchara.

─ Andrés está en casa, con los niños.

Su voz sonaba más firme de lo que ella habría esperado, pero algo distorsionada. Como de laboratorio.

─ He venido a dar un paseo, a relajarme un rato. A veces necesito un poco de tiempo para mí misma.

Aquella frase despertó el interés de Javier. Por primera vez, desde hacía varios meses, ella había abierto una pequeña grieta, le había mostrado una mínima parte de su intimidad. Aquella frase era una invitación cómplice a algo más que un puñado de palabras frías de compromiso.
Entonces Javier la miró a los ojos y volvió a ver a aquella mujer tímida que había conocido solo dos años antes. La misma mirada limpia. Los mismos labios carnosos que había besado en esa misma playa.
Se sintió viejo de repente. Cansado de huir, de dejarse llevar por la corriente. Estaba a punto de cumplir los cuarenta y tenía la sensación de que llevaba toda su vida boicoteándose a sí mismo.
Entonces, vio brillar entre los dedos de Teresa la esclava de plata. Y supo que las casualidades no existían. Aquello tenía que significar algo.

─¿Te apetece un helado? ─atinó a decir. Y señaló con su mano el paseo marítimo. Teresa sonrió con alivio.

Cruzaron la playa en silencio. De cuando en cuando Teresa lo miraba de reojo. Deseaba rozar sus dedos, sentir su olor cerca, pero al mismo tiempo era consciente de que no podía precipitarse al vacío. Tal vez aquella era su última carta, y debía jugarla con más cerebro que corazón.
Al llegar a la gelatería di Marco, él sujetó una de las sillas de mimbre mientras ella se sentaba. Teresa pensó que no debían quedar demasiados hombres en el mundo, capaces de tener ese tipo de gestos con tanta naturalidad, sin hacerla a una sentir incómoda. Sonrió. Tenía una luz especial en la mirada. Hacía siglos que no sentía esa mezcla de placer y nervios en el estómago.

De repente, el sonido de un claxon la devolvió a la realidad.

Comentarios

Publicar un comentario

Comenta, que algo queda

Entradas populares de este blog

Pequeños Misterios: Relato de Fan-Fiction

Junto a la hoguera

Alexa