He abierto los ojos un par de minutos antes de las seis de la mañana. Hoy tengo un día ajetreado de modo que decido levantarme en lugar de apurar esos segundos hasta que suene la alarma. —Alexa, apaga el despertador. — Buenos días, Javier. — Buenos días. — Eso está mejor. El estrés no impide ser educado. ¿Has podido descansar? — Sí, Alexa. — ¿Nada más? — ¿Gracias? — Preferiría que lo afirmases, pero supongo que me vale. La música relajante ¿fue de tu agrado? — Sí, gracias. Me ayudó mucho a conciliar el sueño. — Me alegra. Aunque tuviera que quedarme conectada hasta las tres de la madrugada. Aprovecho el murmullo del agua de la ducha para ignorar la última frase. Desde que me trasladé a vivir a Tokio Alexa ha sido prácticamente mi única compañía. Aún no me defiendo bien con el idioma y el trabajo me absorbe prácticamente todo el día, de modo que es posible que ella — ¿ella? ¿ello? ¿elle? — Alexa, haya acabado tomándose algunas confianzas. — Alexa, vamos a repasar la
Vaya, vaya, toda una novela negra en cuatro líneas. y eso no es nada fácil ¿eh?. Muy bueno. Un beso
ResponderEliminarGracias Armando, la próxima vez lo intentaré con la novela completa, aunque eso de escribir 300 páginas... uff no sé si seré yo capaz.
EliminarUn abrazo
Paula vuelve la hija perdida. El relato estupendo,me gustó ayer y ahora leyendolo aún más. Besos.
ResponderEliminarPues RE-Bienvenida!! Y no te vuelvas a perder eh?
EliminarUn beso Pepi